El post extractivismo no es un cuento: respuesta al Ministro del Ambiente de Perú

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Eduardo Gudynas – Días atrás, el ministro del ambiente, Manuel Pulgar Vidal, dedicó buena parte de su artículo “Los dilemas de la Tía” en El Comercio, a describir mis propuestas de un post-extractivismo, para enseguida criticarlas y descalificarlas. A raíz de esas largas referencias escribí una respuesta, y una versión editada salió finalmente publicada en El Comercio (a quienes estoy agradecido). Aquí se comparte la versión original.

Comencemos por aclarar que extractivismo y minería (o explotación petrolera), son dos conceptos distintos. Los extractivismos, en plural, son apropiaciones de grandes volúmenes de recursos naturales, donde la mitad o más son exportados como materias primas. Por lo tanto, no todas las actividades mineras califican bajo ese tipo de apropiación, una diferenciación que la nota del ministro confunde una y otra vez. Esto hace que el post-extractivismo no se oponga a la minería, sino que propone poder dejar atrás, de una vez por todas, el papel de ser meros proveedores de commodities. Esto se busca por medio de transiciones, bajo condiciones democráticas y defendiendo la información y participación ciudadana.

Cuando se presenta ese objetivo, las críticas comunes son tildarlo de romántico, “ideológicamente” sesgado o carente de “datos duros”, y como no serían alternativas “serias”, no hay más remedio que seguir siendo vendedores del patrimonio natural, y aceptar todas sus cargas de impactos. Esas ideas, que están en la nota de Pulgar Vidal, carecen de fundamento. Actualmente disponemos de muchos “datos duros” y modelaciones económicas, tanto a escalas nacionales como continentales, y hasta algunos ejemplos exitosos, sobre regiones o países que no están atadas al extractivismo. Basta revisar la bibliografía para conocerlos.

Tampoco es cierto que el post-extractivismo quiera limitar las inversiones. Muy por el contrario, busca alentarlas, pero bajo regulaciones sociales y ambientales, para no caer en la trampa de los especuladores y para promover reconversiones hacia modos de producción sustentables. Se busca desactivar los subsidios perversos y escondidos, donde dineros nacionales cofinancian empresas extranjeras, y en cambio montar subsidios legítimos para apoyar emprendimientos nacionales.

Cuando el post-extractivismo cita modelos económicos para reformar la carga tributaria no es ni una locura ni una radicalidad de la vieja izquierda. Por el contrario, la idea de impuestos a la sobreganancias se discutió intensamente en la última campaña electoral en Perú, y era defendida por ejemplo por el gobierno francés de Sarkozy y por el billonario George Soros. Bajo la perspectiva de la nota de Pulgar, debería pensarse que Sarkozy y Soros serían simpatizantes de Tierra y Libertad, tendrían “posición ideológica” en la izquierda “bucólica”, y serían ahuyentadores de inversores.

El ministro cuestiona que los post-extractivistas quieran planificar la inversión en atención a la estabilidad de un país por encima de la rentabilidad empresarial. Pero, ¿no debe ser el gobierno el primero en velar por la estabilidad económica nacional? ¿Atender primero a los balances de tal o cual empresa no pone en riesgo la autonomía nacional? El post-extractivismo tiene una respuesta clara: se debe recuperar ese papel en el Estado.

Desde otro flanco, Pulgar critica al post-extractivismo desde una defensa de acuerdos de libre comercio como la Alianza del Pacífico. Allí hay una confusión conceptual, ya que no es lo mismo un acuerdo de liberalización comercial que un proceso de integración. Y además hay un olvido político, ya que los extractivismos imponen dependencias económicas. Recordemos que uno de los colegas ministros de Pulgar debía rezar todas las noches para que la economía china no cayera. El post-extractivismo plantea medidas para dejar atrás esa subordinación comercial (y abandonar los ruegos a China).

A diferencia de lo que dice Pulgar, el post-extractivismo tiene claro que la recomposición de la integración no puede repetir los problemas de UNASUR o MERCOSUR. Busca, en cambio, articular cadenas agropecuarias e industriales entre países vecinos, en procesos que en cierta medida se asemejan a los modos más positivos de la integración europea. A juzgar de lo escrito por el ministro, no hay nada que aprender de la integración europea, y en cambio, el futuro del país será de un eterno exportador de materias primas.

El tipo de política que defiende Pulgar se parece cada vez más a lo que sucede en los países vecinos: descreditar las denuncias ambientales o reclamar que los mapas de concesiones no se difundan es lo que ocurre en Ecuador, hostigar o incluso reprimir a organizaciones ciudadanas es moneda corriente en Colombia, y volverse defensor acérrimo del extractivismo, a pesar de la debacle económica, es lo que observamos en Venezuela.

Se llega así a un último aspecto que entiendo es el más revelador en la nota del ministro: en su artículo no presenta ningún argumento ambiental. Impacta que defienda la necesidad e inevitabilidad de los extractivismos únicamente por consideraciones económicas, y que además son externas al Perú (inversiones o TLCs). Nada se aporta sobre daños o soluciones ambientales. Para dejar en claro mi sorpresa, es como si un ministro de salud estuviera frente a una crisis sanitaria regional, y en lugar de abordar las soluciones médicas y la salud de la gente, se preocupara por las inversiones de las empresas farmaceúticas y los TLCs.

Esto no es raro. Es que los actuales extractivismos tienen impactos tan negativos, que pocas veces tienen soluciones tecnológicas, y por lo tanto no son defendibles desde una análisis ecológico serio (y por ello se evitan las revisiones independientes de los estudios ambientales). Se cae en una curiosa situación, que se repite en países vecinos, donde un ministro del ambiente hace defensas económicas o se enfoca en cuestiones globales (como el cambio climático), esquivando las duras decisiones nacionales.

Para evitar todo esto es que necesitamos explorar condiciones de salida a los extractivismos. Si un ministro del ambiente está comprometido con el respeto a la Naturaleza y el aprovechamiento de los recursos naturales en primer lugar para las necesidades nacionales, debería ser el más interesado en acompañarnos en esa tarea, en lugar de impedirla.